Aun tengo fresco el gran recuerdo cuando una prima cinco años mayor que yo me invitó una temporada a conocer la hermosa ciudad de Mar del Plata, esto fue en el año 2002, y por casualidad, el viajecito tomó un rumbo totalmente distorsionado y violento. El mismo día que pisé por primera vez suelo Platense, mi prima, una gran hincha de River Plate, tenía dos entradas para el super clásico River-Boca.
Yo en mi escaso conocimiento futbolístico fui con las mejores ganas de disfrutar de un gran espectáculo deportivo, tal como lo describiría posteriormente la prensa deportiva, pero no necesariamente por lo futbolístico, sino por la gran batalla campal que se desató cuando Boca demostraba su superioridad futbolística.
Aquel cuarto gol en contra de River hizo que mi prima se volviera eufórica y colérica y comenzara a cantar con más fuerza que nunca los cánticos de su hinchada, y así se terminaría uniendo a la gran masa de hinchas furiosos de River Plate, que arengaron a “los borrachos del tablón” a enfrentarse con “la 12”. Yo los únicos antecedentes que tenía de las barras bravas Argentinas eran acerca de “la 12” y la barra de Chacarita, pero ese día viví en carne propia del poderío de “los borrachos del tablón”.
A esas alturas con mi prima nos habíamos tomado dos botellas de pisco Chileno que le había llevado de regalo, Claudia Cerutti, una morena de 1,75 mts., acostumbrada a tratar con personajes aguerridos de la fauna Argentina, ya que trabajaba como mesera en un bar clandestino y todo ese ambiente nocturno había hecho de ella una mujer barbariana. De pronto me ví con una bandera de Boca en las manos, mientras mi prima le había dado el mejor combo en el hocico que jamás haya visto a un tipo, la boca del sujeto se había reventado y estaba empapado en sangre, luego de esto yo me impregné de la violencia que había en el ambiente y me animé y sostuve por la nuca a un hincha de Boca y lo azoté en suelo hasta que ése infeliz suplicó humillado que se le dejara en paz diciendo estas palabras: “River es lo más grande”. Mientras veía como la hinchada de Boca arrancaba, yo cantaba como un verdadero “borracho” hasta que la policía me hizo reaccionar a medida que lanzaban algún gas extraño, por lo que agarré a mi prima del brazo y nos retiramos del campo de batalla.
Yo, un tipo tranquilo y más artista que futbolero, me di cuenta ese día del poder de las masas, pero por sobre todo, el encanto que tiene el club millonario que lo hace único y especial, que si bien nunca me pondré una camiseta de River Plate, ni tampoco jamás veré un partido. Cuando alguien me pregunte de que equipo soy, yo le cantaré: “soy de River…”.